En primera vuelta estuve indeciso de por quién votar hasta el mismo día de la elección; desde que los candidatos quedaron definidos sopesé varias de las alternativas, sin embargo, ninguna de las tuvo la fuerza necesaria para formar mi convicción, así que al final decidí votar nulo.
La razón principal de mi voto no se encuentra en un capricho nihilista ni en el querer expresar un rechazo contra la clase política, y las falencias de los candidatos solo pueden explicar en parte esta decisión. Mi problema con estas elecciones surge a raíz de un conflicto interno que es producto de algo estructural del sistema político chileno: el presidencialismo.
Saber que le estoy dando el voto a una persona que reunirá en su mano todo el gobierno y administración del Estado (incluyendo la dirección de las relaciones internacionales, nombrar ministros, designar jueces, designar casi todos los cargos relevantes de la administración y de los órganos autónomos, dictar reglamentos, promulgar leyes, definir urgencias de discusión parlamentaria, entre muchas otras), sin mayores contrapesos y por 4 años, está tan en contradicción con el sentido de autodeterminación que existe dentro de mí, que frases como “así son las reglas del juego” o “hay que escoger el mal menor”, son insuficientes para hacerme decidir en cualquiera de los sentidos, y hubiese sido necesario algo adicional para conseguirlo.
La figura del Presidente de la República está super arraigada en América, tanto que no muchos se cuestionan si es lo óptimo dentro de un régimen democrático; ese presidencialismo fuerte tenía su fundamento en la potencial ingobernabilidad de países que recién estaban independizándose y que no contaban con una clase política confiable, y probablemente esta lógica portaliana aún es el fundamento para perpetuarlo en la actualidad. Dicho esto, ninguno de los candidatos que ofrecían asamblea constituyente se pronunciaron sobre un posible cambio al sistema de gobierno, y sin una voluntad clara en ese sentido es difícil que pueda llegarse a esa solución en un nuevo texto constitucional. Puede decirse que de la asamblea podría surgir cualquier decisión, pero antes tiene que haber una voz que proponga activamente el cambio, sin la cual solo se perpetuará el statu quo.
A modo de opinión personal, creo que una sociedad que está en vías de madurez, y que pretende dejar atrás el período que se llama “de transición a la democracia”, debiese aspirar a un régimen semipresidencial que otorgue mayor representatividad a la ciudadanía en materias de gobierno y mayores contrapesos entre los poderes del Estado, en particular entre el legislativo y el ejecutivo. Me parece que las campañas del terror tienen, en gran medida, su origen en el desamparo de representatividad en que queda la minoría derrotada en la elección presidencial, ya que prima esa idea de que el Presidente es la figura que puede hacer y deshacer a destajo, una especie de autoridad paternalista que puede llevarnos a la ruina o a la gloria dependiendo del lado que se mire.
Existe una columna publicada por Gabriela Mistral en El Mercurio en 1925, paradójicamente en el ocaso del parlamentarismo que rigió hasta la promulgación de la Constitución de ese mismo año, titulada “Menos cóndor y más huemul”, en la que atribuye al cóndor la representación de la fuerza y al huemul la de la “gracia”, entendiendo por tal la inteligencia y la reflexión. El presidencialismo para mí es como el cóndor; no importa que el cargo lo ocupe una mujer o un joven puro, seguirá siendo un ave grande que come carroña porque tendrá que ejercer las atribuciones otorgadas a un ave grande que come carroña, y que controla todo desde las alturas. Distinto sería si el cargo de Presidente no fuese tan omnipotente, en ese caso quien lo ejerza debiese tener atributos propios de una persona cuidadosa y reflexiva, pues estaría expuesto a mayores controles y sus atribuciones se contrarrestarían con las del primer ministro o cualquiera sea la figura que se utilice, es decir, sería un régimen en que primaría la figura del huemul, y que es más propio de los pueblos civilizados (en EEUU el presidencialismo se justifica porque son un Estado federado, mientras que en Chile ni los intendentes ni gobernadores se eligen).
Para la segunda vuelta mi opinión no cambia mucho; pero ya que Guillier quiere continuar con el legado de Bachelet, y esto incluye la asamblea constituyente, podría pensarlo.
Tl;dr: no me gusta el presidencialismo